Cuando comencé en el dharma tenía dieciséis años. Llegué a un centro de budista en mi ciudad buscando en internet, después de escuchar algunas enseñanzas budistas de boca de uno de mis profesores. Estaba aún en el colegio, recién comenzando con mi primera novia, y viviendo muchas alegrías, sufrimientos y excesos. En general, tenía una gran sed de vivir, al mismo tiempo que muchas dudas existenciales y confusiones respecto a la vida, si valía la pena vivirla, qué hacer con ella, etc.
A partir de ese primer encuentro, en el que tuve una afortunada y rápida conexión con el dharma, he continuado mi práctica budista hasta el día de hoy. He tenido la oportunidad de contar con la ayuda de grandes compañeros en el sendero y estudiar con maestros muy calificados, incluyendo a aquél con el que tomé refugio y bajo el cual he trabajado como director de un centro budista local, y como instructor e intérprete en las ocasiones en que viene a enseñar a Chile.
En retrospectiva, me siento profundamente agradecido por el camino recorrido, y puedo darme cuenta de los cambios positivos que han ocurrido en mí como persona producto de este proceso. Sin embargo, estos doce años de caminar en el budismo han tenido a su vez muchos momentos de dificultades, retrocesos, confusión y sufrimiento. El proceso de empezar un camino espiritual, junto a los desafíos de crecer, fueron una realidad inseparable en muchos aspectos de mi vida.
Aceptar nuestros defectos y debilidades y no evadirlos. No mutilarse o reprimirse para ser diferentes o “mejores”, sino encontrarnos cara a cara con todo lo que somos, sin prejuicios. Paradójicamente, este acto amoroso tiene el poder de transformarnos y hacer florecer naturalmente nuestras cualidades inherentes, como lo son la compasión, la entrega, la paciencia, la valentía, el gozo, la paz y la sabiduría.
El camino budista es un camino lleno de belleza. Es el camino hacia reconocer nuestra naturaleza profunda, lo que llamamos “naturaleza búdica”. Es nuestra realidad más allá de todo condicionamiento, una mente que se caracteriza por ser completamente libre, sin sufrimiento ni aferramiento, pacífica, espontáneamente sabia y compasiva.
Es por esto que se dice que no hay nada que añadir a quiénes somos, ya que tenemos todas las cualidades en nosotros mismos. El sendero trata entonces de despejar todos los oscurecimientos que no nos permiten reconocer esta naturaleza, tal como se despeja un cielo nuboso para descubrir la radiante luz del sol.
Al descubrir estas cualidades inherentes en nosotros, descubrimos también aquello que las bloquea. Sean patrones y fijaciones mentales, neurosis emocionales, hábitos de conducta dañinos, etc., la práctica nos lleva a vernos cara a cara con aquello a que nos aferramos, lo que nos genera dolor, o lo que simplemente evadimos en nosotros mismos.
Al mismo tiempo, la juventud es un periodo lleno de desafíos. Quienes ya lo han pasado pueden tender a olvidarlo o minimizarlo en sus recuerdos. Pero no deja de ser una etapa intensa en nuestras vidas en la que mucho está en juego: quiénes somos, qué queremos en nuestra vida, con quiénes nos vinculamos, etc.
Es también una etapa de mucha confusión y sufrimiento. Especialmente en las generaciones actuales, existe mucha desconcierto y desesperanza. Según la OMS, el suicidio es una de las principales causas de muerte en personas entre los 15 y 29 años. En mi país de origen, Chile, la depresión y el suicidio adolescente se han convertido en verdaderas pandemias silenciosas. Junto a esto se dan a conocer constantemente más casos de violencia e intentos de suicidio en las escuelas, violencia en los hogares, entre otros.
Esto también resuena con mi experiencia. Aunque afortunadamente tuve buenas condiciones y nunca llegué a un extremo, sí viví muchos momentos de soledad, desesperanza, confusión, vacío de sentido ante la vida, depresiones y tristezas. También tuve que vivir varias pérdidas y duelos en el camino, internos y externos. Pienso que las enseñanzas budistas fueron esenciales para darle significado a mi vida y llevarla a una dirección de mayor plenitud y felicidad.
No es tan fácil practicar cuando uno viene de un contexto no budista, y hay veces en que el camino al equilibrio y la integración de la enseñanza en mi propia vida fue complicado. Podría hablar de muchas vivencias y detalles, pero creo que no son tan relevantes. De lo aprendido en este tiempo, considero que lo más importante ha sido no dejar de lado lo esencial: cultivar el amor bondadoso hacia uno mismo y los demás.
“El amor es la única causa de la felicidad. Su naturaleza lo impregna todo como el espacio. El amor es la luz del sol de la mente.” – S.E. Garchen Rinpoche.
Amarse en este sendero puede tener varios significados, como no apresurarse, escuchar nuestro cuerpo y mente, ir a nuestro propio ritmo, tomarnos nuestro tiempo, cuidarnos y ser pacientes con nosotros mismos. Aceptar nuestros defectos y debilidades y no evadirlos. No mutilarse o reprimirse para ser diferentes o “mejores”, sino encontrarnos cara a cara con todo lo que somos, sin prejuicios. Paradójicamente, este acto amoroso tiene el poder de transformarnos y hacer florecer naturalmente nuestras cualidades inherentes, como lo son la compasión, la entrega, la paciencia, la valentía, el gozo, la paz y la sabiduría.
Amar a los demás también puede tomar varias formas: dar completamente nuestra presencia, con apertura; no imponer nuestras ideas o visiones; escuchar realmente, interesarnos en lo que los demás viven y humildemente ofrecer con generosidad aquello que nos ha beneficiado a nosotros mismos; siempre que podamos hacer felices a los demás, aunque sea con un acto muy pequeño, no dudar en hacerlo; evitar al máximo generar daño o sufrimiento innecesario; e incluso simplemente estar ahí para el otro puede ser algo muy poderoso y sanador.
La atención -o conciencia plena- es una práctica que nunca me ha fallado. A través de algo tan simple y cercano como nuestra respiración, podemos enraizarnos y cultivar una fuerte confianza en nosotros mismos y nuestra experiencia. En ese sentido creo que también es muy beneficiosa para integrar gradualmente todos los aspectos de nuestra vida. Si nos gusta distraernos en lo “mundano”, está bien, vivámoslo sin dejar de lado nuestro camino. Si aspiramos a la iluminación -o cualquier cosa entre medio-, hay que caminar siempre desde el lugar en donde estamos. Hay que reflexionar sinceramente sobre lo que queremos en nuestra vida y ponerlo en práctica. Hay que rodearnos de compañías que nos ayuden e inspiren. Así poco a poco la vida se tiñe de dharma, es decir, de la profunda paz que viene de vivir de acuerdo a nuestra íntima naturaleza.
Crecer en edad y crecer en sabiduría no van necesariamente de la mano. Aunque haya muchos dolores y duelos inevitables en el proceso de crecer, he visto que, con amor y consciencia, éstos pueden hacerse más llevaderos y volverse parte de nuestro aprendizaje, con el tiempo abriendo más nuestra mente y corazón en lugar de hacerlos más pesados.
A aquellos jóvenes que están practicando la enseñanza del Buda, me regocijo enormemente en su motivación, y espero que no se desanimen en su camino. Nunca se sientan solos, pues como ustedes, habemos muchos más en este sendero con los que se encontrarán, no solo en el camino mismo, sino en la profunda claridad que está siempre presente en nuestra propia mente.